La media vuelta

Si fuera como las otras veces, llegaría el momento del regreso, pero miles de frases no dichas le indicaban que ahora era diferente. Lo supo desde que entró en la habitación y miró los trapos en el suelo, la muñeca sobre una silla, el aire caliente revoloteado por el abanico del techo, con las aspas despintadas y el desnivel de su marcha. Entonces Yordan sintió la verdad y la comprobó, sin necesidad, al recorrer el ropero, los muebles y los cajones donde sólo se miraban los recortes que Elisa acostumbraba asentar en el fondo y así el cajón tuviera matices de ríos, niños sonriendo o páginas anunciantes de tierras montañosas. —Es que el cajón así sólito, pelón, no me gusta, me da la idea de que me voy a ir para adentro sin tener dónde quedarme —le había dicho Elisa cuando la halló recortando figuras y acomodándolas en el asiento de la madera. Por un momento pensó en salir a buscarla donde seguro se encontraba, pero pensó que los gritos de las otras...

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