La marea es puntual

Siegfried Lenz [1] Primero apareció el marido. Lo vio salir, solo, de la casa baja techada de caña detrás del dique, el gigante de rostro triste. Llevaba sus altas botas impermeables de siempre y la chamarra gruesa con el cuello de piel. Desde la ventana observó cómo se lo subía. Escaló encorvado el dique y se detuvo arriba, bajo la embestida del viento, para mirar sobre las aguas bajas, desiertas y apacibles, hacia el horizonte donde la isla formaba una elevación exigua y solitaria encima de ellas. Sin despegar los ojos de ésta, bajó del dique por el otro lado, desapareció por un momento detrás del talud verde y volvió a aparecer abajo, junto a la hilera de estacas de fierro cubiertas de algas que se extendía desde la costa. Un montón de piedras señalaba su fin. El hombre se agachó, se deslizó por la orilla salpicada de piedras y paró sobre la blanda superficie gris, entre los canales trazados por el agua durante su retirada y las huellas precisas de las...

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