La flor de las ruinas: 5
-¡Cristo crucificado! ¡Ellos son! -exclamó la joven, aterrada al oír los golpes.
-¿Quiénes?... -preguntó Pedro.
-¡Mis hermanos, los asesinos sin piedad, los verdugos sin misericordia! -respondió ella, alzando las manos con espanto.
Los golpes redoblaron.
-¿Qué hacer, Madre de piedad, qué hacer? -murmuró la infeliz, volviendo en torno suyo sus desatentados ojos como para buscar un medio de salvación, que era imposible.
La mal pergeñada puerta cedió en este instante a un vigoroso empuje, y tres foragidos entraron en aquella estancia, mal alumbrada por un candil colgado en una de las salientes asperidades del descarnado muro. Despues de hacer a su hermana algunas cortas y brutales reconvenciones por su tardanza en abrirles, se dirigieron hacia Pedro, sin demostrar extrañeza por hallarle allí. Mas su hermana, precipitándose a su encuentro, escudó a su amante con su cuerpo, exclamando con vehemencia:
-¡No, no le matareis sin atravesar antes mi pecho!
Por única...
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