La cuenta

Aunque la calle se encontraba en las cercanías de un río, estaba cercada de tierra y era estrecha, una hilera torcida de viejos edificios de ladrillos para vivienda. Un niño que lanzara su pelota verticalmente, veía un trocito pálido de cielo. En la esquina, opuesto al ennegrecido inmueble donde Willy Schlegel trabajaba como portero, había otro parecido, excepto que incluía la única tienda de la calle. Se bajaban cinco escalones hasta el sótano, a una delicatessen pequeña y oscura de que eran dueños el señor y la señora F. Panessa. En realidad, agujero en la pared. Justo acababan de comprarla con el resto de su dinero, dijo la señora Panessa a la esposa del portero, para no tener que depender de ninguna de sus hijas, ambas, según entendió la señora Schlegel, casadas con hombres egoístas que les habían afectado el carácter negativamente. Para ser por completo independiente de ellas el señor Panessa, un obrero jubilado, retiró del banco los tres mil dólares...

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