La corona de fuego: 62

La corona de fuego o los subterráneos de las torres de Altamira de José Pastor de la Roca Conclusión Henos ya aquí de nuevo, descorriendo por última vez el telón de nuestro drama. Ha trascurrido algún tiempo desde que suspendimos la acción como que le reanudamos en el año de 1081 de Cristo. Era un día de abril radiante y caluroso, cosa extraña en medio de una primavera recrudecida constantemente por una temperatura frígida, húmeda y lluviosa. La zona atmosférica de la ciudad de Santiago, oscura siempre y nebulosa, pesada como una cúpula de plomo, enrarecida por un vapor glacial, diáfana, lúgubre y triste, un solo día apenas había entreabierto el pabellón de sus tenebrosas brumas, apenas había contenido el vuelo de las nieblas de Levante que se precipitaran en remolino, absorbiendo las agujas de sus campanarios y las alturas de sus montañas, sobre cuyas laderas resbalaban sus vaporosas brumas, especie de vapores blancos, con una blancura nacarada y diáfana,...

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