La corona de fuego: 55

La corona de fuego o los subterráneos de las torres de Altamira de José Pastor de la Roca Capítulo II - La entrevista ¡A qué tanto rencor, tanta insolencia, Tal empeño en su torpe negativa! Refinada imprudencia Que aleja un rasgo de real clemencia Y la venganza aviva. Ataulfo, exaltado y comprimido a la vez por aquel estruendo que llamaba a las puertas de su mismo alcázar y provocara su amor propio herido, parecía ceder al abatimiento y a la postración moral: zumbaba en su mente todo un vértigo de sensaciones, a cuyo reo gemía el corazón con el rugido de una impotente cólera. En esta situación acerba, en este éxtasis contradictorio solo una idea risueña y consoladora venia a reanimar su espíritu y a infundirle un destello supremo y halagüeño. Constanza, ángel hermoso con sus sueños de amor y ventura descendencia como una hechicera visión celeste, acariciábale con sus alas, sentía él la voluptuosa impresión de su aliento impregnado de embriagador...

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