La corona de fuego: 44

La corona de fuego o los subterráneos de las torres de Altamira de José Pastor de la Roca Capítulo XIII - La confesión Y en el lecho de muerte La voz de la conciencia sublevada, Transida de dolor, trémula, inerte, Revela denodada Una especie hasta entonces reservada. Inmediatamente abandonaron ambos personajes la ermita, y montados en sus respectivas cabalgaduras, siguieron la margen del riachuelo, tomando luego al través del campo y emboscándose en unos olivares que sombrearan una hondonada inmediata. Despuntaba ya el sol entre plateadas nieblas: las brisas de Levante, húmedas por el rocío de la noche, refrigeraban el nacarado ambiente saturado de los perfumes del campo. Un séquito de algunos soldados acompañaban al trote, a entrambos jinetes, que espoleaban sin compasión, y sin tener en cuenta la fatiga de los peones por seguirles. Levantábase ya el sol radiante en un purísimo horizonte sin brumas, y el día anunciábase magnífico. Los labriegos aguijoneaban...

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