La corona de fuego: 39
La corona de fuego o los subterráneos de las torres de Altamira
de José Pastor de la Roca
Capítulo VIII - Intimación
Fue en vano su rogar, y la amenaza
Con que selló la súplica postrera,
Al par que desespera
Su corazón, y alma despedaza,
Ofrécele allá lejos, lisonjera,
Una esperanza, en fin... una quimera.
Ataulfo oyó con cierto estupor las últimas palabras de la joven y que ratificaran su resolución inmutable.
En su rostro, ordinariamente impasible, se pintó con más vigor que nunca esa expresión de incalificable dureza que precede a la desesperación a veces, y en la cual no era difícil traslucir un rasgo de dolorosa amargura.
La pretenciosa brillantez de sus vestidos, su aseado porte y aquel alarde, en fin, de coquetismo, tan extravagante en fuerza de ridículo, nada de esto había logrado corresponder al pensamiento que lo produjera y que ocultara el propósito de hacerse menos repugnante a su víctima, aspirando nada menos que a la posibilidad de arrancarla...
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