La corona de fuego: 38

La corona de fuego o los subterráneos de las torres de Altamira de José Pastor de la Roca Capítulo VII - Declaración de amor Recurrió en su aflicción al alto cielo, Rechazando su afán aquí en la tierra; Y aquel ensordeció, y aquí la guerra De la conciencia en el humano suelo, Cercáronle de amargo desconsuelo. Allá a poco un hombre alto y cubierto con una gran capa, entraba con cierta gravedad jactanciosa, o como si dijéramos, con cierto coquetismo parecido a una petulancia que rayaba en ridícula. Era el conde Ataulfo de Altamira y Moscoso. Su pecho enronquecido, jadeaba de pura fatiga, y en aquella fisonomía escuálida, cada vez más demacrada y lívida, traslucíase algo más que fiebre, el sino de desesperación que poseyera su espíritu, destrozado por una lucha moral contradictoria y que en vano tratara él de disfrazar bajo una sonrisa forzada. -Mucho temía, señora, dijo con su acento, lúgubre y en tono de plácida reconvención, que vuestra constante...

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