La corona de fuego: 19

La corona de fuego o los subterráneos de las torres de Altamira de José Pastor de la Roca Capítulo II - El ardid ¡Singular composición, bravo contraste! Al fin se comprendieron Aquellos dos rivales, dando al traste Con toda su prudencia, y se mintieron, ¡Oh artificio infernal, cuanto causaste! Lucían ya los primeros destellos de la aurora. Ni una nube manchaba el horizonte, sembrado de in numerables estrellas: solo livianos y vaporosos celajes parecían surgir hacia el Norte, formando una zona blanquecina como un velo flotante. El terreno, cuya descripción aplazamos en el anterior capítulo, era quebrado y breñoso: grupos de arboladura, diseminados al acaso, sombreaban aquel sitio despoblado y solitario entonces, y algunos torrentes se precipitaban sobre lechos de piedra como sonoras y bullidoras cascadas, hasta desviarse en los valles y barrancos contiguos. A lo lejos percibíanse, las torres de la ciudad de Santiago, hendiendo las vaporosas brumas como espectros...

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