La corona de fuego: 17

La corona de fuego o los subterráneos de las torres de Altamira de José Pastor de la Roca Capítulo VIII - La alarma ¡Verted ¡ay! maldiciones Sobre esa infame furia del averno Que finge devociones Y con halago tierno, ¡Pérfida! encubre un mundo de traiciones. El asesino se halló, efectivamente, al campo libre. Sentóse sobre un peñasco, junto a un grupo de enebros, y vertió una respiración sonara larga tiempo comprimida. Pasó la mano por la frente húmeda de sudor, y quiso en vano coordinar aquel tropel de siniestras ideas que cruzaran por su mente entontecida por un alucinamiento profundo. La ejecución por lo menos del atentado y fuga había sido sumamente rápida, obra de bien poco minutos. Y sin embargo, parecíale un sueño mortal muy lejano, una pesadilla o una de esas tentadoras ideas que cruzan imaginarias por la mente exaltada, por una predisposición febril entre aterradores fantasmas. Luego su vista, azorada y trémula, giró en rededor como si le...

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