La almohadilla

Por la tarde, cuando la siesta termina y la anchurosa casa es un poema de silencio que apenas el chorrito de la fuente de azulejos va glosando en tono menor, son los arcos escudados del patio que enverjan los hierros de Vizcaya, la familia va a reunirse en la pequeña sala de “asistencia”. El padre, quien saca su caja de rapé con temblorosa mano se introduce los polvillos con menudos y rápidos golpecitos. Cruza las piernas, lanza un sordo quejido habitual, hunde los chanclos en el galoneado cojín y se queda mirando las figuras pastoriles que adornan la caja de rapé. Asaltan su mente los asuntos que esta mañana lo llevaron al Tribunal del Consulado; luego desfilan por su memoria, apenas dibujados, cosas y paisajes de su vieja Galicia; otra vez llévase a la nariz los polvos de rapé y cabeceando, cabeceando, como si en toda su vida hubiera echado un sueño, vuelve a reanudar la siesta de hace pocos momentos. La madre, la señora piadosa que enantes brillara en las fiestas...

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