Jarrapellejos: 16

Capítulo XVI 16 Pág. 16 de 18 Jarrapellejos Felipe Trigo Atascado en lo horrible el monstruo de ignominia que fuese el profesor, el empujón de la justicia no lograba últimamente hacerle avanzar mucho hacia la horca. El juez desesperábase. Ni aun habiendo recurrido al secreto y siempre eficaz recurso de dejar que le apaleasen, que le torturasen de mil modos, acababa de arrancarle nada decisivo. Un día pusiéronle el cuerpo negro a vergajazos, curados después con vinagre y sal; otro le acuñaron los tobillos y rompiéronle un dedo de la mano por torsión..., y allá seguía, en su incomunicación completa de la cárcel, flaco y blanco como un espectro, lleno de barbas como un ogro, tirado entre las ratas y los guiñapos de su cueva como un guiñapo más, mudo, pidiendo, antes que confesar, que acabaran de matarle... Sí, sí..., el pueblo se resignaba mal a aquella paralización en medio de la angustia; Gómez volvía a pedir en La Voz de La Joya el nombramiento...

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