Jarrapellejos: 08
Capítulo VII 08
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Jarrapellejos
Felipe Trigo
Despertó (dix-her, m'siú!); vio por el entreabierto balcón la columnata de la Madeleine; oyó el rugir de los autobuses y el cri de los vendedores de journaux del boulevard..., y oyó en seguida, más claro..., un..., un... rebuzno formidable...
¡Oh, sí! El auténtico rebuzno de un borrico. Esto acabó de despabilarle. Anie, la Madeleine, los autobuses..., ¡cuán lejos! El hombre de París, el hombre que había estado en París, el hombre que había gozado en París la intensa y etérea felicidad de lo supremo, cuyos ecos de sonido o de luz perduraban en sus orejas y sus ojos..., rendido del largo viaje, ¡despertaba en La Joya!
Se incorporó para protestar, para convencerse. La realidad le impuso su evidencia. Pas plus de aquella coquetona chambre d'hotel. Pas plus de aquella gentil femme de chambre (dix-her, m'siú!) que entrebaillant la fenétre le llamaba con su voz de música y suspiro. Casi lloró...
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