IX. Se Fragua la Tormenta

Introducción

EN la primavera de 1611, Galileo visitó Roma y mostró en los jardines del Quirinal las maravillas telescópicas de los cielos a los personajes más eminentes de la corte pontificia. Su estancia en Roma, por otra parte, estaba siendo un verdadero triunfo: en todas partes era bien recibido; Pablo V le acogió con benevolencia, cosa rara en un hombre tan reservado y cauto; habló con prelados, entre ellos con Roberto Bellarmino, luego santo, y fue mostrando sus descubrimientos a cuantos quisieran molestarse en mirar por el telescopio. Fue nombrado miembro de la Academia Lincei, o sea de los linces, con larga vista, fundada por el príncipe Federico Cesi poco antes, como reacción contra el conservadurismo de las universidades; Galileo fue su sexto miembro. Animado por tan halagüeño recibimiento, Galileo decidió replantear el problema del sistema copernicano al más alto nivel, pero no le fue posible: tanto Bellarmino como el papa rehuían ir al fondo de la cuestión científicamente, sobre todo el primero. Y a su vuelta a Toscana, ya la Inquisición, sin que Galileo lo supiera, estaba alerta. Bellarmino, a pesar de haber mirado por el telescopio de Galileo, se preguntaba, inquieto, qué consecuencias podrían derivarse de todo aquello.

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