IX. La gran aventura

AGNER se puso a estudiar francés con todas sus energías. Cierto señor Heriot le dio una clase única, que duró cuatro semanas y que sirvió, de paso, para hacer una mediocre traducción del libreto de Rienzi. Wagner apuntaba lejos. Estaba seguro de que París —para muchos, en aquella época la Meca del arte— le ofrecería todas las facilidades. «El quería que llegaras a ser alguien». Pues bien, nunca podría haber llegado a ser alguien en Riga. ¡Pero en París…! Estaba seguro de que se le abrirían todas las puertas. Allá terminaría Rienzi y el éxito del estreno le permitiría dar un vuelco espectacular a la situación. Creía que su nueva ópera estaba llamada a triunfar. Comparadas con ella, las dos anteriores le parecían sendas pequeñeces. Era consciente de su maduración. Pero no sería nada fácil llegar a la meta. El primer problema: los acreedores. Los de Riga —no demasiados— habían recibido refuerzos: agentes de los prestamistas que el músico había...

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