IV. Provincia, escuela y primeros estudios

Iniciación en Arbois

¿Puede sorprender que un niño se sienta feliz cuando presiente la llegada de los amigos de su padre? Es cierto que las visitas no abundan, pero los pocos que frecuentan la casa de los Pasteur representan para Louis una cierta porción de la realidad, una posibilidad de nueva fantasía. Las noches alrededor de una mesa alumbrada por lámparas y las sombras negras, recortadas, de los invitados agitan el ánimo de Louis. Cómo no conmoverse con Bousson de Bairet, de mirada ingenua y provinciana, con un manoseado libro bajo el brazo y el proyecto inusitado de escribir la historia del Franco Condado; o con el doctor Dumont, cómplice sutil y seductor de su padre en los relatos de las guerras napoleónicas, ya que como ha prestado prolongados servicios en el ejército del «viejo emperador», goza de ciertos privilegios en las animosas conversaciones. Cuando no, se trataba de la visita esporádica del capitán Barbies, oficial de la guardia municipal, robusto y enérgico. O de Romanet, director de la escuela de Arbois, quien despierta su especial admiración y se convierte, al poco tiempo, en su mentor y guía.

Como vemos, las distracciones del pequeño son, más o menos, las de cualquier niño de provincias. No obstante, hay algo que le fascina particularmente y que, tal vez, haya sido producto de la influencia de su padre. Apenas las tareas escolares le dejan un poco de tiempo, el niño toma sus pinceles y pinta tardes enteras. El antiguo grabado, tosco pero con su dramática síntesis, del soldado-labriego ha dejado sus marcas. Así va surgiendo una verdadera colección de retratos, pues ese es el gusto del pequeño Louis, y hasta llegará a ser su «especialidad».

Es posible que si reflexionamos en ese hecho, podamos sacar algunas conclusiones. Y presentimos que la afición a la pintura se parece bastante a una búsqueda, a una investigación, ya que los retratos de Louis suelen reproducir minuciosamente cada uno de los detalles del modelo. Por lo tanto, representa un intento de desbordar y trascender los rasgos más visibles de la realidad para encontrar elementos menos susceptibles a la generalización, mediante una impresión aguda y certera. «Ir más allá de lo inmediato»: fórmula que, con el correr del tiempo, será una de sus consignas intelectuales.

Mientras tanto, al igual que el resto de los muchachitos de su edad, asiste a la escuela, que también constituye una suerte de distracción. El edificio escolar ocupa una de las salas anexas al colegio de Arbois, y su maestro es un joven apasionado que aplica concienzudamente un nuevo método de enseñanza: el sistema llamado lancasteriano planteaba la conveniencia de dividir la clase en grupos orientados por alguno de los alumnos más aventajados, quien leía en voz alta para que luego, a su vez, lo hiciesen los otros al unísono. Louis ansiaba llegar a convertirse en guía, en «monitor». Es decir, en la vanguardia de su propio grupo.

Y después del colegio, ¿qué mejor que un libro de historia donde, por ejemplo, se entera del sitio de Arbois durante el reinado de Enrique IV, cuando los habitantes desafiaron a más de veinticinco mil hombres armados? En efecto, Louis es muy aficionado a la lectura y, también, a comprar libros.

Ahora bien, el período de la infancia es decisivo: en él se van sedimentando las imágenes que luego reaparecerán en forma inusitada. Por un lado, Louis vive en medio de un entorno poblado de bosques y ríos, de fragmentos de torres que apenas alzan sus gibas sobre una hierba que se puede palpar a ras del suelo. Y, por otra parte, en el contexto de un trabajo obstinado, que culmina por la noche en las lecturas compartidas con su padre, quien, con el pretexto de la instrucción de su hijo, se esfuerza en su propio aprendizaje.


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