IV. El Pobrecito Hablador, en las Batuecas

Introducción

MARIANO José de Larra va a ser El bachiller D. Juan Pérez de Munguía y Andrés Niporesas, corresponsal de El pobrecito hablador, y notario de su muerte, durante esos cuatro meses y medio que dura su segunda y última aventura editorial. Va a ser un batueco lúcido en Las Batuecas-España, el caserón provinciano donde viven sus personajes, Madrid, su capital y su mejor reflejo —que intenta denunciar su atraso y deformarlo—. A aquellas alturas, en una época de reducida tolerancia, tan sólo un camino parecía oportuno: La sátira y el artículo de costumbres. El pobrecito hablador es, si cabe decirlo así, el primer Larra. Un autor volcado en la crítica de su entorno, sobre todo en los aspectos más cotidianos. Curiosamente, el mismo Larra habla en la presentación de El pobrecito... en un término expresivo: robar. Esto es, apropiarse de la realidad que hay fuera para llevarla dentro de las páginas irónicas de la publicación. Habrá artículos así «robados» —y como tales aparecerán luego— y otros (y así constará del mismo modo en sus respectivas cabeceras) «enteramente nuestros», unos y otros se orientarán en la misma dirección: descubrir el país y sus vicios, achaques, manías y defectos. Larra inaugura aquí, por la vía costumbrista, su dolorido patriotismo, el del que, como luego Unamuno, ama España porque le duele, porque no le gusta y le gustaría de otro modo. Es el choque, con frecuencia violento, entre el patriotismo del espacio —la tierra, el país, las gentes de sus Batuecas— y el patriotismo del tiempo: el Romanticismo, la época, un siglo nuevo que intenta poner trabajosamente los cimientos de un mundo también nuevo.

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