Infanticida: 8

Infanticida Capítulo VIII de Joaquín Dicenta La multitud invadía «la Sala». Como cuña a mano era menester introducirse en el público para ganar las primeras filas. Los asientos de preferencia estaban ocupados por gente de buen tono. Al fin y a la postre no era en carne vulgar en la que iba a recaer sentencia. La luz del sol, cernida por las sucias vidrieras, penetraba en «la Sala» hecha polvo gris. Este polvo formaba niebla en el espacio. Una gran tristeza bajaba con la niebla de la artesonada techumbre. Al fondo, sobre el estrado, asentaban los jueces. Un Cristo de metal fijo en el centro de la mesa daba espalda a los juzgadores, encarándose con el banquillo, donde una mujer de cabellos rubios y ojos azules, enmatecidos por la pena contemplaba a la imagen, con la barba en el puño y el codo sobre las rodillas. Aquella mujer era Hortensia. Su defensor la animó con una sonrisa de esperanza. Otra sonrisa fue también recogida por los ojos de la infeliz: la sonrisa de...

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