III. Reinar a los Seis Años

Introducción

EL 18 de diciembre de 1632, precisamente el día en que la princesita Cristina cumplía seis años, llegó a Estocolmo la noticia de que el rey Gustavo Adolfo había muerto en una batalla. Primero se extendió por toda la ciudad el rumor de una gran victoria; pero pronto el natural júbilo se desvaneció y trocóse en desesperación al saberse la muerte del monarca. La noticia de la gran batalla de Lützen tardó un mes en llegar a la capital de Suecia, Estocolmo. Mucho antes la conocían ya bastantes países de Europa, y cada estado la recibió de modo distinto según su posición en la gran contienda que llenó toda la época. Así, por ejemplo, en Viena reinaba una gran alegría por la muerte del monarca, la cual fue celebrada con un «Te Deum» en la catedral, a pesar de que el ejército imperial se había visto precisado a retroceder. En Madrid, con gran contento de la corte y de la alta sociedad, fue representada durante doce días la obra de teatro «La muerte de Gustavo Adolfo», y quien no fue a verla pasó por enemigo de los Habsburgo. En la corte de Francia hubo sentimientos encontrados. El rey sueco había sido un aliado, es cierto, pero, por otra parte, sus victorias en Alemania le hacían peligrosamente grande; por eso Richelieu, que guiaba los destinos de Francia, consideró que la muerte de Gustavo Adolfo podía considerarse como una suerte. En cambio, produjo gran consternación en el jefe del catolicismo, el papa Urbano VIII, hombre caprichoso y pasional, que veía en el rey sueco el mayor enemigo de los Habsburgo, tan odiados por él.

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