A partir de entonces, y desde los primeros hasta los últimos tiempos de La Coruña, el alumno aprovechó lo que pudo su condición de «hijo de papá profesor», dedicando casi todas sus horas y energías a lo único que le importaba: dibujar, pintar, adiestrarse de continuo en la conjunción de manos y pupilas. Don José no sólo le dejó hacer, sino que le estimulaba y favorecía; su actitud con el hijo admirado se había hecho más decidida, concretándose en un cerrar los ojos ante lo que no fuera su formación artística.
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