LOS navíos se acercaron tanto a los bordes sinuosos del golfo de Méjico, que podían verse hasta los habitantes. Los antiguos hombres de Grijalba indicaron a sus nuevos compañeros los puntos más interesantes: aquí discurría el río Alvarado, llamado así por el valiente aventurero que servía actualmente bajo las órdenes de Cortés; más allá, el río Banderas —donde Grijalba había hecho un comercio tan lucrativo con los mejicanos— iba a desembocar al mar; un poco más lejos se extendía la isla de los Sacrificios, en la cual los españoles habían descubierto los primeros rastros de sacrificios humanos.
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