II. Los antepasados: de la servidumbre a la Bastilla

Ocio y servidumbre

¿Quiénes eran los antepasados de Pasteur? Como todo fenómeno particular, la historia de la familia se confunde, en sus líneas generales, con la historia de muchos otros millones de seres que vivieron en esa misma época. Por lo común, en ese entonces, se formaban conglomerados humanos, vastas colectividades donde la familia acogía naturalmente a varias generaciones y parientes. Un mismo techo cobijaba a muchos, se compartía una misma mesa, se repartían los frutos de la tierra. Las nuevas jóvenes parejas se sumaban al conjunto, aportando el esfuerzo de sus brazos y, también, las necesidades de sus numerosos hijos.

No se contabiliza, no se prevé. Por el contrario, la imprevisión parece constituir una ley que se practica pese a que la tierra, en escasas ocasiones, proporcina lo necesario para alimentar tantas bocas. No hay que olvidar que la religión de antaño significa, por encima de todo, el ejercicio de la caridad cristiana, verdadero corolario de virtud. Los hábitos heredados perpetúan esas formas de convivencia hasta casi bien entrado el siglo XVIII.

Y si hablamos de cristianismo, caridad y virtud, debemos agregar también que Francia en el siglo XVII parecía encarnar una consigna maniquea: el bien por un lado; lo pecaminoso, por el otro. El reino de la omnipotencia, en un extremo; en el otro, el mundo de la servidumbre. En lo lato, dominando desde una colina un vasto territorio, se puede visualizar un fastuoso castillo que, primero se edificó en madera, y más tarde fue solidificándose en piedra. Las alturas marcan diferencias, ocasionan rupturas pero también aseguran defensas en casos de ataque. A los pies de la torre, se apiñan las aldeas como para confirmar esa doble relación de sometimiento y defensa.

Todo eso, bajo un cielo que, como un destino, premia o castiga en lluvias o sequías, y del que depende la cosecha. Y por consiguiente, la subsistencia misma.

La nobleza ostenta el desdén, provoca el escándalo, cobra prebendas, administra justicia, se pasa los días tratando de entretener su ocio con espléndidas fiestas. Sus miembros parecen omnipotentes: hasta el punto de darse el lujo de otorgar la libertad a los siervos. Los campesinos, en las palabras de La Bruyére, «son animales huraños, machos y hembras… negros, lívidos y quemados por el sol, que viven en cubiles, alimentados de pan negro y de uva».


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