II. Europa y sus monarquías

El hijo póstumo

Su nacimiento constituyó un hecho lamentable. Años después, el mismo Rousseau diría que éste fue el primero de sus largos infortunios, ya que a consecuencia del parto su madre perdió la vida. El mismo Jean-Jacques nació débil y enfermo a causa de un embarazo que se prolongó más de lo debido y que le hizo venir al mundo casi moribundo. La muerte de Susana Bernard dislocó para siempre el hogar. Isaac tardaría años en reponerse de esa pérdida, y toda la infancia de Jean-Jacques estaría marcada por la desgracia que había ocasionado su nacimiento. El padre, desconsolado, solía estrechar al niño entre convulsos abrazos y le decía: «Hablemos de tu madre, Jean-Jacques», y éste automáticamente le respondía: «Bueno, padre: vamos a llorar». Y estas palabras eran suficientes para que efectivamente el padre se derramase en lágrimas y gemidos. «¡Ay! —decía Isaac—, devuélvemela, consuélame de su pérdida, llena el vacío dejado en mi alma».

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