DURANTE los siglos XVIII y XIX se produjo un movimiento explorador y evangeliza-dor sin precedentes en los siglos anteriores. La exploración europea se explicaba como «una forma de perfeccionar los conocimientos sobre la tierra» y la actividad misionera como «la manera de llevar la civilización y la fe a los pueblos atrasados y necesitados de ayuda». Muchos exploradores y misioneros actuaron convencidos de la verdad de estas afirmaciones. Un elevado número de misioneros se convirtieron en exploradores y descubridores (tal es el caso de David Livingstone) al tratar de difundir la religión cristiana entre gentes que la desconocían por pertenecer a diferentes culturas.
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