I. Un libro a las llamas

Los jesuitas

Hacía varios años que Rousseau venía meditando sobre un sistema de educación. Varios motivos le habían impulsado a ello. Ideológicamente, compartía la comprensión difundida por los enciclopedistas de que la educación era el camino más cierto para que el hombré, iluminado por la razón, pudiera alcanzar su felicidad. Además, su experiencia personal le había obligado a reflexionar sobre el tema. Su propia formación intelectual, desordenada y caótica, que sólo maduró gracias a una disciplina perseverante que le había transformado en un verdadero autodidacta, el fracaso de su experiencia como preceptor de los hijos de M. de Mably y la conducta hacia sus propios hijos fueron motivos poderosos para reflexionar sobre el tema. No faltó la solicitud de algunas amistades, como madame de Chenonceaux, quien, aterrorizada por el método que empleaba su marido con sus hijos, le solicitó que pensara sobre un sistema de educación; también madame Crequi le había hecho llegar algunas reflexiones para que sirvieran como tema de meditación; ésta se había prolongado por espacio de veinte años. Durante los últimos tres, había trabajado constantemente en la obra que acababan de echar al fuego.

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