I. ¡Tenemos Papa!

Introducción

Cuando Juan XXIII se vio transportado en la silla gestatoria recordó el día de su primera Comunin.

EL patriarca está triste. Su semblante rosado y risueño refleja una pena honda. Ha muerto el Papa. Aquel Pío XII, de porte distinguido, aristócrata e intelectual, que había entregado diecinueve años de su vida a regir los destinos de la Iglesia, acaba de expirar. Son las cuatro de la tarde del 9 de octubre de 1958. El mundo está huérfano. La Iglesia está triste. ¿Quién le sucederá? Difícil sucesión, piensan los entendidos. Roncalli está muy agradecido a Pío XII. El le nombró nuncio en París y le hizo cardenal y le envío más tarde a la ciudad de las góndolas: Venecia. Muchas veces ha recordado aquellas palabras que le dijo durante una audiencia privada: «Padre Santo, vos dejaréis una difícil herencia a vuestro sucesor, si quiere seguiros en la tarea de maestro de la palabra». ¡Quién lo iba a decir!

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