Huellas: 59

I

Me da miedo de sólo recordar que a seguida de haber enterrado aquella fastuosa ilusión de mi vida (no sabe el lector cuál fue, ni tampoco le importa...), luego de haberla visto alejarse tan despacio, entre miradas del asombro y plácemes del odio, tuviera yo ánimos para llegar al tren y a la venturosa tierra de la alegría, y que olvidando las penas de mi alma, que por ser tantas y tan grandes ya no cogen ni las quieren en ninguna parte, echara flores y requiebros al buen palmito de una rubia -que lo es hasta dejarlo de sobra aquella niña gaditana; y no por otra cosa sino porque cuando quiere el artista humano, a semejanza del artífice divino, hacer algo que tenga gracia y finura, le da luego ese color, y sin duda por eso son rubios los ángeles de las iglesias, rubia la manzanilla y rubia también la mujer que me dio una puñalada en mitad del corazón... -No sé si he dicho un disparate. -Quiero decir que me encontró en Sevilla durante la procesión llamada del Silencio... Eran muchos los hombres envueltos en capuchones negros, y llevando largos cirios en las enlutadas manos. No hay duda, la procesión se mantenía a una grande altura de silencio... De repente salió de unos labios femeninos la palabra ¡atrevido! y poco después sonó de modo estridente un grito de perra. Ignoro la causa eficiente de aquellas manifestaciones; tan sólo recuerdo que un gendarme de los que iban en la procesión increpó a un caballero, y que otro gendarme pegó un puntapié a una pareja perruna...

Este sitio web utiliza cookies, propias y de terceros con la finalidad de obtener información estadística en base a los datos de navegación. Si continúa navegando, se entiende que acepta su uso y en caso de no aceptar su instalación deberá visitar el apartado de información, donde le explicamos la forma de eliminarlas o rechazarlas.
Aceptar | Más información