Albert Millaud se fue, y no hay que esperar su vuelta a la redacción de El Fígaro, ni al teatro, ni al boulevard. Es de sentir por los que le leíamos con gusto y admiración; es de alegrarse por Millaud, que, enfermo de cuerpo y entristecido de espíritu, estaba demás en París. ¿Qué hacía por ahí Albert Millaud? Sin salud, sin fe y sin entusiasmo por nada ni por nadie, la vida del hombre es sencillamente la de una bestia enferma y cansada; y un Millaud no puede, aunque quiera, hacer vida de bestia.
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