Grito de gloria : 36

Grito de gloria : 36 de Eduardo Acevedo Díaz Ella presentía la proximidad de un gran dolor. Pero era uno de esos temperamentos que lo sofocan, que lo reconcentran y lo anidan en el pecho, aunque el esfuerzo los deje inquietos, trémulos, adustos, sin más manifestaciones externas que una palidez intensa, un brillo de fiebre en las pupilas y una punzada aguda en la entraña que sólo en la soledad se resuelve en sollozos. De estos dolores que tienen miedo de ser penetrados, por lo mismo que son sinceros y profundos, era el suyo. Sus centros nerviosos se resentían del esfuerzo, y de ahí que la mente divagase aturdida y el corazón empezase a golpear violento como quien pide aire desde el fondo de su encierro. No quería llorar, a pesar de sus ansias. La amargura de su padre sería menos. ¡Cuánta ternura delicada con el herido, y cuánto cariño con él, en su afán doliente! Si ella cedía, ya no abría...

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