Grito de gloria : 33

Grito de gloria : 33 de Eduardo Acevedo Díaz No fue Esteban más afortunado que Cuaró en su aventura de acorrer a Luis María, cuando era éste acometido en la loma por los dragones de río Pardo. Separado del sitio a rigor de sable, y como envuelto en una malla de acero en que su cuerpo y su caballo no tenían para moverse más espacio que el de una jaula, el liberto se creyó seguramente perdido cuando rodaba al llano entre los anillos de aquella especie de tromba; y sólo allí donde la tierra a nivel no ofrecía tropiezo ni doblaba al potro los corvejones, pudo al rato acariciar la esperanza de sustraerse a los hierros apelando a sus recursos de gran jinete. Formando con su montura un solo bulto a fuerza de encogerse y disminuirse, arremetió por dos ocasiones el cerco sin resultado pero en la tercera embestida, poniendo el alma en Dios, y en Guadalupe, suelto, ágil, intrépido, con una risotada bestial de negro...

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