Grito de gloria : 11

Grito de gloria : 11 de Eduardo Acevedo Díaz Don Anacleto mostrose colérico; si bien su rostro revelaba cierta íntima tranquilidad. Montó ágilmente, diciendo con el entrecejo fruncido: -Vamos a apurar hasta el «duraznillo» aquel que se columbra en la loma, porque el venao se me pone lejos del tiro... Los dos pusiéronse al galope corto. Para más tampoco daba el cebruno del baqueano, cuyo arreo guardaba armonía con las prendas del dueño. Consistía en un «recado» que había prestado largos servicios, a juzgar por las ranuras de la carona y las grietas de la cincha, así como por los escasos vellones que le quedaban a una piel de carnero que le servía de cojinillo; el rendal era sobrio de adornos con sólo dos botones casi deshechos y otros tantos pasadores de bronce, el sobrepuesto de cuero de «carpincho» agujereado, en varios sitios, y el «lazo» de «torzal» o sea de tiras ajustadas en serpentina, arrollado...

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