Grandes esperanzas: 33
Grandes esperanzas
de Charles Dickens
Capítulo XXXIII
Abrigada en su traje de viaje adornado de pieles, Estella parecía más delicadamente hermosa que en otra
ocasión cualquiera, incluso a mis propios ojos. Sus maneras eran más atractivas que antes, y creí advertir en
ello la influencia de la señorita Havisham.
Me señaló su equipaje mientras estábamos ambos en el patio de la posada, y cuando se hubieron reunido
los bultos recordé, pues lo había olvidado todo a excepción de ella misma, que nada sabía acerca de su
destino.
- Voy a Richmond - me dijo. - Como nos dice nuestro tratado de geografía, hay dos Richmonds, uno en
Surrey y otro en Yorkshire, y el mío es el Richmond de Surrey. La distancia es de diez millas. Tomaré un
coche, y usted me acompañará. Aquí está mi bolsa, de cuyo contenido ha de pagar mis gastos. Debe usted
tomar la bolsa. Ni usted ni yo podemos hacer más que obedecer las instrucciones recibidas. No nos es
posible obrar a nuestro antojo.
Y...
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