Ferroviaria

Pero a nadie admirábamos tanto como a Andrés, que saltaba siempre el último. —¡Joto el que brinque primero! —gritaba Esteban cuando el tren daba los primeros tirones y volvía a detenerse y la máquina pitaba y sacaba humo y volvía a arrancar, a tropezones, como si no fuera a agarrar fuerza nunca. Y los demás repetíamos el grito desde las puertas de los vagones de carga donde nos escondíamos. Adela se tiraba siempre primero, porque decía que al fin y al cabo nosotras éramos mujeres. Brincábamos a veces todavía en la estación, antes de que los pinos comenzaran a pasar cada vez más aprisa. Luego iban saltando ellos. Rodaban por el talud cubierto de agujas de abeto y se alzaban sacudiéndose, con la mirada fija en el vagón donde Andrés se asomaba esperando que todos se hubiesen tirado para ser siempre el último. Todos volvíamos corriendo; Andrés regresaba caminando por la vía. Todos nos admirábamos de lo recio que iba el tren; todos perdíamos el aliento....

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