En la sangre:XXXI

En la sangre - Capítulo XXXI de Eugenio Cambaceres Alcanzaba el oído a percibir de lejos como la sorda crepitación de un horno; abiertas las ventanas, todas, de par en par, como en montones por ellas, caía, derramábase la luz sobre la plaza; ganduleaban los curiosos ocupando las veredas frente a las puertas de reja de la entrada; la chusma de pilluelos, traficantes de contraseñas, pululaba en media calle y, al ir a penetrar, repleto todo de gente hasta el vestíbulo, un tufo se sentía caliente y fétido, salía del teatro en bocanadas como el aliento hediondo de una fiera. Aumentaba el rumor, crecía el tumulto, subía de diapasón, llegaba a ser algazara, una algazara infernal adentro; no en la sala, no en el vasto desplayado del proscenio y la platea, donde moros y cristianos confundidos, turcos, condes y pastoras en amoroso consorcio, silenciosa y gravemente y zurdamente se zarandeaban, hamacaban el cuerpo al compás de las mazurcas y habaneras. Apenas el falsete...

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