En la carrera: 10

Capítulo I 10 Pág. 10 de 21 En la carrera- Segunda parte Felipe Trigo Ganó el alto del cerro y dio vista a Badajoz. Se había desorientado un poco. Conocía casi un tercio de provincia palmo a palmo, y no, sin embargo, aun teniéndolos en las narices, estos campos de por la Puerta Trinidad, que acababa de recorrer y que no tenían facha de mineros. Sus bolsillos venían llenos de pedruscos -por si acaso-. Se sentó. Iba borrándose el crepúsculo y lucía la luna plateando allí abajo el Rivilla, a la derecha el Guadiana, y el Jévora más lejos. Tenía enfrente los murallones del Castillo y el Huerto del Manco. Luego volvía por el mismo sitio a la ciudad. De un bolsillo de la americana sacó dos piedras, y de otro del pantalón un martillo. Las golpeó y se sintió sujeto por los hombros: -¡Date preso, granuja! Pero antes que el susto le dejase haber vuelto la cabeza, el guarda rural le soltó y se disculpaba: -¡Oh, don Disiderio! ¡Perdón! ¡Perdone usted!...

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