El Zarco:Capítulo IV

El ZarcoCapítulo IV: Nicolás de Ignacio Manuel Altamirano Quien hubiera oído hablar a Manuela en tono tan despreciativo, como lo había hecho, del herrero de Atlihuayan, se habría podido figurar que era un monstruo, un espantajo repugnante que no debiese inspirar más que susto o repulsión. Pues bien: se habría engañado. El hombre que después de atravesar las piezas de habitación de la casa, penetró hasta el patio en que hemos oído la conversación de la señora mayor y de las dos niñas, era un joven trigueño, con el tipo indígena bien marcado, pero de cuerpo alto y esbelto, de formas hercúleas, bien proporcionado y cuya fisonomía inteligente y benévola predisponía desde luego en su favor. Los ojos negros y dulces, su nariz aguileña, su boca grande, provista de una dentadura blanca y brillante, sus labios gruesos, que sombreaba apenas una barba naciente y escasa daban a su aspecto algo de melancólico, pero de fuerte y varonil al mismo tiempo. Se conocía que...

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