El sino: 10
El sino Capítulo X
de Joaquín Dicenta
Después de su muerte comenzó para Anatolio la verdadera dicha. La tarde del entierro escuchó desde su ataúd la oración fúnebre del ministro, y tuvo para reir un rato; el que tardaron en acomodarle dentro de su nicho y tapiar éste con ladrillos y yeso.
¡El buen ministro, aquel señor, que en su vida las vió más gordas, hablando de ciencia astronómica y de los trabajos y libros de Anatolio que iba citando uno por uno! ¡Trabajillo debió costarle aprenderse de memoria la lista de los libros al excelentísimo é ignorantísimo señor! ¡Un sujeto que sólo sabía dividir á sus administrados, hablando de matemáticas sublimes y de constelaciones!... Era para estallar.
Eso hizo Anatolio, estallar, parte por obra de la risa, parte por expansión de los gases amontonados en su cuerpo.
Luego, ante el ruido del cortejo alejándose, una risa irónica contrajo los labios descoloridos del cadáver. Toda aquella gente, que había gastado...
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