El sino: 02

El sino Capítulo II de Joaquín Dicenta Presidía el centro pedagógico donde emplearon á Anatolio, un astrónomo del Observatorio matritense, hombre de tantos años como ciencia. Tenía los cabellos color plata de luna, cual si los rayos de ésta hubieran echado raíces en la cabeza de su fervoroso observador; los ojos redondos, claros y sus miajas convexos, como lente de anteojo; la nariz, recta, delgada, muy en punta, parecía un compás. ¿Cuándo se abrirá para medir? decía uno al mirarla; las arrugas innumerables del rostro resultaban, por el dibujo, mas que arrugas, fórmulas algebraicas; el cuerpo era menudo; al andar movía los brazos con movimiento de alas: creyérasele dispuesto á volar en busca de los espacios siderales. En resumen, un buen señor con alma grande y noble, digna de otros planetas. Prendóse de Anatolio el sabio, no por otro motivo que hallar en él felicísimas disposiciones para la ciencia astronómica de que el sabio había hecho su...

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