El Señor de Bembibre:33

El Señor de Bembibre Capítulo XXXIII de Enrique Gil y Carrasco Mientras esto pasaba en Salamanca, doña Beatriz, pendiente entre la esperanza y el temor, veía correr uno y otro día fijos los ojos en el camino de Ponferrada, creyendo descubrir en cada aldeano un mensajero, portador de la suerte de su amante y de la orden. La elevación natural de su espíritu le hacía mirar siempre el honor como el primero de los bienes, y bien puede decirse que entonces en el de don Álvaro pensaba, y no en su felicidad. Poco podía influir en su ánimo la sentencia más infamatoria que contra él llegase a fulminarse, porque el amor puro y lleno de fe que se había abrigado en aquel corazón, y que todavía le encendía, era incompatible con toda duda ni sospecha, pero la idea de ver a un joven tan noble y pundonoroso sujeto a infamantes penas, a la misma muerte quizá, la estremecía en sueños y despierta. A pesar de todo, los consuelos y seguridades de su padre, la entrada de la...

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