El Señor de Bembibre:07

El Señor de Bembibre Capítulo VII de Enrique Gil y Carrasco El medio de que el señor de Arganza se había valido para arrancar del corazón de su hija el amor que tan firmes raíces había echado no era, a la verdad, el más a propósito. Aquella alma pura y generosa, pero altiva, mal podía regirse con el freno del temor, ni del castigo. Tal vez la templanza y la dulzura hubieran recabado de ella cuanto la ambición de su padre podía apetecer, porque la idea del sacrificio suele ser instintiva en semejantes caracteres, y con más gusto la acogen a medida que se presenta con más atavíos de dolor y de grandeza, pero doña Beatriz, que según la exacta comparación del abad de Carracedo, se asemejaba a las aguas quietas y trasparentes del lago azul y sosegado de Carucedo, fácilmente se embravecía cuando la azotaba su superficie el viento de la injusticia y dureza. La idea sola de pertenecer a un tan mal caballero como el conde Lemus, y de ser el juguete de una villana...

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