El Príncipe y el mendigo : 8

El Príncipe y el mendigoCapítulo VIIILa cuestión del sello de Mark Twain Cerca de las cinco Enrique VIII despertó de una siesta poco refrescante y se dijo entre dientes: –¡Malos sueños, malos sueños! Mi fin está cercana: así lo dicen estos presagios, y mi débil pulso lo confirma. –Un fulgor perverso ardió en sus ojos, y murmuró–: Sin embargo, no he de morir sino hasta que él vaya por delante. Sus servidores percibieron que estaba despierto, y uno de ellos le preguntó su deseo respecto al lord canciller, que esperaba fuera. –¡Que entre, que entre! –exclamó el rey con presteza. El lord canciller entró y se arrodilló ante el lecho del rey, diciendo: –He dado orden, y, conforme al mandato del rey, los pares del reino, ataviados, se encuentran ahora en el tribunal de la Cámara, donde, habiendo confirmado la sentencia al duque de Norfolk, esperan humildemente lo que plegue a Su Majestad que se haga en este asunto. El rostro del rey se iluminó de feroz...

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