El pregón

De pronto, por el Puente de San Francisco oyóse un fuerte rumor que a poco se tornaba en algarabía. La gente se arremolinaba, algunos frailes salieron del próximo convento y como tortugas que sacan la cabeza de su carapacho, estiraban el cuello en el amplio capuchón que llevaban caído y, para ver mejor, se empinaban en la banqueta del atrio. Pasaba el pregón que el muy ilustre don Francisco Fernández de la Cueva, duque de Albuquerque, había hecho salir aquella mañana. Trompetas y atabales llenaban el aire de recios sonidos, mientras que la multitud leía ansiosamente o se hacía leer los bandos que un sargento había fijado en el Arzobispado, en la Diputación y en la Calle de Tacuba. El alguacil mayor marchaba delante, ricamente ataviado con las insignias de su autoridad y tan enjuto y tieso como un pollo en el asador; los nobles de la Colonia apenas se dignaban mirar a la chusma, desde lo alto de sus monturas adornadas con ricas gualdrapas, y los ministros del...

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