El político y la vanidad

Por consiguiente, el político tiene que dominar, dentro de si mismo, cada día y cada hora, a un enemigo demasiado humano y totalmente trivial: la muy vulgar vanidad, enemiga mortal de toda dedicación objetiva y de toda toma de distancia que, en este caso, implica el tomar distancia de uno mismo. La vanidad es una cualidad muy extendida y quizás nadie está libre de ella. En los círculos académicos y científicos es una especie de enfermedad profesional. Pero, por más antipática que sea su manifestación, justamente en el científico resulta relativamente inofensiva porque, por regla general, no interfiere en la actividad científica. El caso del político es completamente diferente. El político trabaja en la obtención de poder como medio inevitable. El “instinto de poder”, como suele decirse, pertenece de hecho a sus cualidades normales. El pecado contra el Espíritu Santo de su profesión comienza, sin embargo, cuando este afán de poder deja de ser objetivo y se...

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