El pesimista corregido: 27

 27 Pág. 27 de 31 El pesimista corregido Santiago Ramón y Cajal Sí... ¡era ella! Venía sobre lujosa carretela; la cabeza iluminada a contraluz, con el cabello dorado y como incendiado por los últimos arreboles del cielo; con la frente serena y ennoblecida por los azules reflejos del Oriente; ardientes y arrebatadores ojos negros; los labios, semejantes a pétalos de geranio, rizados por espiritual sonrisa. Lucía talle adorablemente femenino, donde resaltaban las graciosas y rotundas curvas juveniles, triunfadoras de la curiosidad sensual de los hombres y de la inquisición maliciosa de las mujeres. En fin, la impecable estatua aparecía adornada con un soberbio traje de terciopelo verde oscuro que, por sabio y artístico contraste, además de dar al cuerpo aspecto de capullo, sonrosaba hechiceramente el nácar de una garganta de diosa y de unas manos marfilinas irreprochablemente dibujadas. Sí... ¡no cabía duda! Era la Elvira de siempre...: la virgen...

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