El pesimista corregido: 23
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El pesimista corregido
Santiago Ramón y Cajal
Y, en efecto, poco le faltó a nuestro protagonista, para dar al traste con su razón. Ante sus ojos asombrados había huído el encanto de la existencia. Desvanecíanse esos tenues y rosados velos con que la piadosa Naturaleza disimula la punzante acritud de las cosas y la ruda contextura del mundo.
Y en punto a desconciertos y a impresiones desagradables, allá se iban el campo y la ciudad. Así, cuando nuestro héroe paseaba por las afueras, veíase rodeado de enjambre bullidor de tenues partículas, las cuales, imponiéndose por su tamaño en los primeros términos, robábale la vista de las azules lejanías.
Mayor tortura experimentaba aún al aventurarse en el tráfago y estrépito de la ciudad. Perdido y desorientado a causa de la extrema impureza del ambiente, en vano pretendía enfocar a lejanas distancias (es decir, en las condiciones en que sus ojos hubiéranle proporcionado imágenes...
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