El pesimista corregido: 21
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El pesimista corregido
Santiago Ramón y Cajal
Tal le ocurrió a la infeliz Elvira. Sin el menor recelo instalóse junto a un foco eléctrico muy cercano, que, alumbrando dura y oblicuamente sus facciones, exageraba las incipientes y casi imperceptibles arrugas de los veintisiete años, y hacía resaltar cruelmente los menores accidentes y defectos de la piel. Para colmo de desgracia, el rostro de nuestra heroína distaba mucho de ofrecer aquellos días la primaveral frescura y lozanía de otros tiempos. Deslustrábanle no poco las reliquias de reciente erisipela y los efectos irritantes del frío invernal (enemigo terrible de las encarnaciones delicadas y de los cutis finos). Contra su costumbre, pues, tuvo la pobre que recurrir al uso y aun abuso de los afeites.
En vano buscaba Juan, presa del mayor estupor, la correspondencia que pudiera haber entre aquel inverosímil montón de carne femenina erizado de verrugas, vergas, costras y escamas, y...
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