El paraíso: Capítulo XII

El paraíso de las mujeres: Capítulo XII de Vicente Blasco Ibáñez De como Edwin Gillespie perdió su bienestar y le faltó muy poco para perder la vida Flimnap pasó una segunda noche sin dormir. Tenía ante sus ojos a todas horas el rostro doloroso del gigante caído. Contemplaba sus manos cubiertas de sangre, su cuello surcado por dos profundos arañazos, su gesto de cólera impotente, que hacía recordar la desesperación pueril de un niño abandonado. - ¡Morir así! -murmuraba el vencido-. ¡Acabar a manos de este hormiguero de hombres-insectos!... En medio de su desorientación, el profesor había encontrado una idea que consideraba salvadora. Los gestos y las palabras de aquellos enviados del gobierno le hicieron creer que la muerte del Hombre-Montaña era cosa decidida por el Consejo Ejecutivo. Veía agitarse a Momaren como una potencia irresistible que suprimiría todo movimiento de piedad en favor del gigante. ¿Por qué permanecer al lado del caído sin hacer...

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