El oso mayor

El oso mayor de Leopoldo Alas Servando Guardiola dejó caer el libro, una novela francesa, sobre el embozo de la cama; apoyó bien la nuca en la almohada, estiró los brazos con delicia de dilettante de la pereza... y bostezó, sin hastío, sin sueño -acababa de dormir diez horas-, sin hambre -acababa de tomar chocolate-; saboreando el bostezo, poniendo en él algo de oración al dios de la galbana, que alguno ha de tener. Dejaba caer el libro para continuar deleitándose con las propias ideas y las queridas familiares imágenes, mucho más interesantes que la lectura que le había sugerido, por comparación, mil recuerdos, mil reflexiones. Se sentía superior al libro, con una inadvertida complacencia. Era el volumen pequeño, elegante, coquetón, de un autor joven, de moda, de los pervertidos, jefe de escuela, un jeune maître próximo ya a la Academia y que iba cansándose de su especialidad, el amor con quintas esencias y lo quería convertir en extraña filosofía...

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