El náufrago (Trigo): 10
Epílogo 10
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El náufrago (Trigo)- Epílogo
Felipe Trigo
Un año después, ¡oh propósitos humanos!... el conde se marchaba cada sábado á ver sus dehesas; se marchaba cada mes á las mismas cacerías de una semana (en automóvil, reorganizado el Club de Cazadores con nueva gente y sobre el pie terrestre, en evitación de los naufragios), y se marchaba á Madrid de tiempo en tiempo, forzado á quedarse largas temporadas, por sus ajetreos de senador y de jefe liberal-conservador de la provincia.
La condesa, mientras, siempre, en el secreto de la noche comentaba dulce con el húsar las ausencias de su marido, y leían y miraban juntos las cartas y retratos de bellezas de postal que el honorabilísimo conde respetable se solía olvidar por los cajones de su armario.
-¿Eh? ¿eh?... ¡Mi buen primo, niña, tú! -reía el húsar.
Y unos besos, estallando con las risas, pregonaban por las sombras de la cámara nupcial el naufragio de la virtud de Josefina,...
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